
Hay que luchar con las palabras para que nos entreguen su secreto, como Jacob luchó con el ángel. Las palabras son herramientas precisas, trabajadas por los siglos y las generaciones. Los diccionarios convierten las palabras en otras palabras para cercar su sentido, sus límites, su extensión, sus parentescos, incluso las posibilidades de su ambigüedad. Llamamos a esto “definiciones”. Las definiciones de los diccionarios son un trabajo de artesanía arriesgado y sutil. En ellas buscamos el significados de los signos que forman el lenguaje, pero las palabras tienen además conexiones y cerraduras: no pueden encajarse de cualquier modo entre sí; si las usamos bien dirán cosas llenas de sentido, si las encajamos de cualquier manera chirriarán como un mecanismo mal ajustado. Hay que luchar con las palabras y con sus cadenas, las que forman al enlazarse, serpientes de palabras a las que debemos exigir precisión y armonía, expresividad y sorpresa. Incluso la obra más humilde merece el mejor esfuerzo.