
La guerra de los mundos,
“¡ Dios no es un agente de seguros!”
Es lo que le dice, irritado, el narrador al cura en la novela de H. G. Wells La guerra de los mundos.
Confrontado a una realidad que no puede admitir, el cura pierde la razón y se convierte en un amasijo tembloroso de impulsos y emociones. Su delirio es del todo consecuente con las creencias que han dado sentido a su vida pasada. Para él los marcianos son ángeles exterminadores, enviados del Mas Allá, la ira de Dios. Lo que no puede conceder es que sean una especie superior a la humana. lo que no puede entender es que Dios haya abandonado al Hombre (al hombre blanco, occidental, británico y, especialmente, a él, que es parte de una institución religiosa). En tiempos de Wells se hablaba todo el rato de especies superiores y de razas inferiores. La novela presenta al cazador convertido en presa. El rey de la creación destronado. Seres de otro mundo que vienen a tomar el relevo.
También para el lector del tiempo en que se escribió la novela, la idea de que pudiera suceder algo parecido a lo que Wells narra en ella debía de estar entre lo inverosímil y lo imposible, y no me refiero sólo la invasión alienígena sino a la existencia de una civilización superior, fuera o dentro de la Tierra. Casi siglo y medio más tarde, el Imperio Británico es un recuerdo (aunque otro Imperio esté en su lugar) y hemos sufrido tantas invasiones alienígenas en la ficción que ya nos parece haber sufrido más de una en la realidad. Nuestra visión del mundo ha cambiado mucho, salvo para aquellos que siguen en el siglo XIX, que, la verdad sea dicha, son unos cuantos.
A causa de Wells, los visitantes del espacio fueron marcianos durante mucho tiempo. Hoy sabemos que no hay vida en la superficie de Marte. Sabemos que es muy improbable que seamos la única especie con inteligencia, tecnología y lenguaje en la totalidad de lo existente. Sabemos que es prácticamente imposible que podamos contactar con otra especie inteligente al estilo de la nuestra, pero que estas deben existir en algún lugar y en algún momento del “vasto universo”, como hubiera dicho Borges. Puede que la aparición de vida compleja sea muy improbable, pero el universo ciertamente es muy vasto (que no basto). La vida compleja ha de estar, sin embargo, tan lejos en el espacio y/o el tiempo que probablemente nunca tendremos pruebas de ella.
Aún así la hipótesis del contacto se ha planteado ya seguramente de todas las formas posibles. En la novela de Wells es una una guerra de conquista. Las armas humanas son completamente inútiles ante la superioridad de los invasores. Y entonces sucede lo inesperado: los pobres marcianos mueren de sepsis. No tienen sistema inmunológico. Ojo, le dice Wells a su lector, porque en el plan de Dios hasta la criatura más humilde tiene un sitio. Las bacterias son el sistema de defensa de la Tierra. Pero ¿qué pasaría si las bacterias fueran los marcianos o, mejor dicho, los extraterrestres, o los extraterrestres las bacterias? Pues que tendríamos La amenaza de Andrómeda de Michael Chricton.
En esta novela, escrita por el famoso autor de bestsellers en 1969, las bacterias son los invasores, los aliens. O más bien los microorganismos, pues no llega a estar claro si la forma de vida que se conoce con el nombre clave “Andrómeda’ (de dónde ciertamente no procede) puede definirse como una bacteria. Si nos referirnos a las relaciones entre mundo de ficción y mundo real, ésta que presenta Chricton en su libro es una hipótesis plausible: de entrar en contacto con alguna forma de vida extraterrestre, como bien se explica en la obra, lo más fácil es que se trate de formas simples, unicelulares, algo parecido a una bacteria o a un virus. Las relaciones mundo real – mundo de ficción van por otro lado en la novela de Wells (derroteros más filosóficos)
Todas las novelas de invasión alienígena describen las relaciones entre tres elementos básicos: el planeta, la especie humana y la especie invasora. En The day the Earth Stood Still (El día en que la Tierra se detuvo) la defensa del planeta viene de fuera, la amenaza está constituida por la especie “inteligente” oriunda del planeta y de nuevo el mundo de ficción y la realidad del lector se conectan mediante un elemento común que en parte es una hipótesis (la autodestrucción), en parte un proceso en curso: cualquiera con unas cuantas neuronas puede comprobarlo cada día si mira más allá de su ombligo. En el relato de Harry Bates “Farewell to the Master” (1940) y la primera película, la de 1951, la gran amenaza es una guerra nuclear, amenaza que en nuestros días no ha desparecido pero se ha enriquecido con una minuciosa y a la vez generalizada destrucción del medio ambiente y del equilibrio climático. Este escenario más complejo de autodestrucción aparece en la película de 2008 (también titulada The Day the Earht Stood Still) que protagonizó Keanu Reeves.
De momento, en el mundo en que vivimos, interpretar la pandemia mundial que está recluyéndonos como un mecanismo de defensa de la Tierra es irresistible, aunque probablemente inapropiado. La bacterias son el mecanismo de defensa de la Tierra en La Guerra de los Mundos, de Wells. Las ideas sobre inmunidad y ecología no eran tan populares como para que el lector de aquel tiempo viera en la misma invasión de los marcianos una “infección” a la que la Tierra responde con anticuerpos. Hoy no nos cuesta mucho ver en la difusión de diferentes pandemias (la última de las cuales no sólo afecta a nuestra salud, sino a la del sistema económico mundial) una respuesta inmune de la Tierra ante la infección que somos los seres humanos. Y no hemos venido de Marte.