Verano en Gormenghast

El verano es una buena época para irse de vacaciones a Gormenghast. Es cierto que Gormenghast también tiene sus veranos sofocantes, con el asedio de la húmeda calima, el aire inmóvil, oprimente en los jardines y las orillas del lago. Pero también es cierto que un castillo como una urbe o una urbe en forma de castillo inevitablemente ha de tener lugares permanentemente sombríos, salas y pasadizos donde la luz del sol irrumpe como un milagro, toca un objeto, lo transforma durante unos minutos, tal vez unas horas, y luego se va.

Cuando Sourdust, Maestro del Ritual (del Ritual que rige la vida en el castillo, ordena y domina cada uno de los días de sus habitantes y especialmente del Señor) bautiza al pequeño Titus le nombra “hijo-heredero de los ríos, de la Torre de Pedernal y de los oscuros huecos bajo frías escaleras y de las soleadas praderas del verano. Hijo-heredero de las brisas primaverales que soplan desde los bosques de jarl, y de la miseria del otoño en pétalo, escama y ala. Del blanco brillo del invierno sobre un millar de torres y del sopor del verano sobre muros que se desmoronan”.

Las estaciones son muy importantes en Gormenghast. ¿No son una parte principal de la herencia de Titus Groan, esa herencia, ese cáliz que el heredero se empeña en apartar de sí? Borges consideraba que era un error empezar un relato con una descripción del tiempo atmosférico. Toda regla que se alza contra el tópico exangüe tiene sus excepciones. En Gormenghast, el Ritual que ordena y condiciona la vida perdió su sentido hace mucho dejando solo la rigidez metódica y el absurdo. En cambio, las descripciones del tiempo atmosférico rebosan de sentido y de vida. Ya que el espacio mismo es uno de los principales protagonistas, y que los cambios climatológicos son sus estados de ánimo, tales descripciones son de la mayor importancia. ¿Quien domina, cual está arriba en la jerarquía? ¿Gormenghast como espacio o como actor colectivo? El alma violenta de Gormenghast, exagerada también en sus tedios, está en esa atmósfera donde lo invisible y lo impalpable se ven y se palpan en el aire, en los cielos, en los meteoros y en la vegetación que sufre sus consecuencias. Las cuatro estaciones que están desapareciendo de nuestro mundo ejercen su tiranía, como el Ritual, sobre el mundo cerrado de Gormenghast, pero a veces no estamos seguros de si es la Naturaleza la que envía sus nieves, sus lluvias, sus sequías o es el corazón eterno de Gormenghast el que las produce.

Gormenghast es, en efecto, un mundo cerrado. Es El Castillo. Es la suma de todos los castillos y la apoteosis de lo gótico en literatura, que no de la literatura gótica, porque las tres novelas que cuentan la historia de Lord Titus hasta donde su autor pudo contarla son mucho más que eso (son, ante todo, literatura). Las tres novelas pueden adscribirse al género fantástico en sentido amplio (ficción no realista), pero desde luego no puede incluirse en el género de Fantasía (no hay magos ni magia, no hay dragones ni razas inteligentes aparte de la humana). El estilo, el lenguaje, la técnica narrativa, hacen que la obra de Mervyn Peake sea exigente, pero no incomprensible como sucede a menudo con la obra de Joyce. La magia del libro, en realidad, está ahí: en la mirada que ve y hace visible el mundo de Gormenghast escena a escena. Cada escena se compone desde los detalles, las luces, los movimientos, los colores, los plumajes, las telas, los rostros y la forma en que todo ello se conecta y se mueve y aparece ante el ojo mental del lector, arrastrándolo a un banquete de sensaciones y posibilidades donde la intensidad fabulosa de Gormenghast, que a menudo toma la forma de lo grotesco, lo desproporcionado e incluso lo surreal, se manifiesta en la exaltación de lo parcial y lo minúsculo. Gormenghast, el mundo, la obra de arte, es un espectáculo minucioso donde la realidad creada y compartida por la visión del autor se diría que tiene una desacostumbrada intensidad y un ángulo verdaderamente lisérgico:

Pequeñas rachas de aire fresco, blanco soplaban caprichosamente a través de los altos árboles que rodeaban el lago. En el denso calor de la estación parecía que no jugaban papel alguno; tan diferentes eran con respecto al cuerpo estéril del aire. ¿Quién podía pensar que aire tan denso pudiera abrirse a estos haces ajenos y acuosos? La estación húmeda se abría de par en par a cada uno de sus soplos. Se cerraba según morían como una manta caliente, solo para ser rasgada de nuevo por una pluma azul, solo para cerrarse de nuevo; solo para abrirse.

El malestar era aliviado, el malestar y el estancamiento del día veraniego. Las hojas secas golpeteaban rozándose unas con otras, las cizañas apretadas chirriaban, sus cabezas empenachadas cabeceando, y sobre el lago la conmoción punteada de un millón de alfilerazos y el deslizamiento de las sombras cuya piel de gallina momentáneamente liberaba o cubría la danza de los diamantes.

A través de los árboles de la pendiente sur que descendía abruptamente hasta el agua se podía ver, entre una horquilla abierta de ramas altas, una porción del Castillo de Gormenghast, abrasado por el sol y pálido en su oscuro marco de hojas; una fachada distante.

Un ave barrió el aire hasta alcanzar el agua, rozándola con las plumas de su pecho y dejando una estela como de luciérnagas a través del lago inmóvil. Mientras se elevaba en el aire caliente para salvar los árboles de la orilla, el ave dejó caer un rebosamiento de agua y una gota quedó prendida durante un momento en la hoja de un acebo. Y durante ese instante su cuerpo fue titánico. En ella proliferó el verano. Hojas, lago y cielo en un reflejo. La pendiente estaba extendida en su interior y el calor se balanceaba en el colgante. Cada copa, cada hoja —y al tiempo que corrían las plumas azules, el movimiento de minucias temblaba suspendido. Pesadamente se deslizó y se recogió y, al tiempo que se estiraba, el reflejo distorsionado de los altos acres de sillería en descomposición, atravesados por ventanas anónimas, y de la hiedra que caía sobre la fachada del ala sur como una mano negra, tembló en la perla alargada según esta comenzaba a perder su sujeción en el borde de la hoja de acebo.

Y aún mientras caía, las hojas de la hiedra distante aleteando en el vientre de la lágrima, microscópica, desde una ventana del tamaño de un agujero causado por una espina, una cara contempló el verano.”

Published by Mary Wolfhouse

Writer and freelance journalist. Mary Wolfhouse is a pen name and also an Internet avatar.

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