Estábamos pasando el verano en una aldea, en una casa situada entre una carretera comarcal y un bosque de álamos. Por detrás del bosque de álamos pasaba un río y, al otro lado, el terreno se levantaba y se volvía agreste, con senderos pedregosos que subían hacia la montaña.
Una tarde me entretuve jugando solo en el bosque, yendo y viniendo sobre las piedras que servían para cruzar el pequeño río.
Cuando decidí volver a casa porque la noche estaba cayendo me había alejado bastante.
Sentí una presencia detrás de los árboles. O vi algo. O escuché algo. Probablemente todo a la vez.
A medida que caminaba hacia la casa estaba cada vez más convencido de que algo o alguien me seguía.
El bosque se volvía más negro a mi alrededor, a medida que el cielo se oscurecía, que la noche llenaba la tierra.
Primero sentí eso que se llama “una vaga aprensión”. Luego sentí miedo. El miedo creció. Traté de controlarlo pero hubo un momento en que tuve pánico.
Me volví rápidamente y me pareció ver una figura ocultándose detrás de un tronco. Nunca llegué ver si era un animal o una persona.
Entonces lo sentí. O lo vi. O lo escuché. O todo a la vez. Una especie de ráfaga blanca que me atravesaba y se perdía en la oscuridad, en dirección a la figura oscura que se había ocultado tras un árbol.
Se oyó un chasquido, luego algo que me pareció un grito o un alarido. Luego silencio.
Me di la vuelta y corrí hacia la casa.
